4 de septiembre de 2014

Dragón

Su cuerpo, plateado y sinuoso, rompía la calma de la noche con sus movimientos. Parecía que el animal estaba solo, pero la luna llena, blanquecinamente flamígera, le acompañaba en su viaje, incendiando el cielo nocturno con su luz pálida y encantadora.

No necesitaba alas para volar. Y lo cierto es que tampoco necesitaba volar para sentirse libre. Pero la sensación de sentir el aire gélido de la noche recorriendo desde la primera hasta la última de sus escamas era uno de los pocos elixires que hacían que aún deseara permanecer en este mundo, cada vez más corrupto a su parecer.

Continuó su vuelo, cruzando algunas nubes. Al salir de ellas, las pequeñas gotas de agua que recubrían su anatomía refrescaban todavía más el cuerpo ardiente del dragón. Vivía por detalles como ese.

Dejó que su viaje sin rumbo siguiera, observando a su paso la perfecta comunión que hacían el mar y la tierra en la oscuridad. La belleza de aquellas imágenes fue tal que no pudo reprimir un rugido, que avivó la noche incluso más que la luz de su única acompañante.

Cayó en picado, a una velocidad vertiginosa. Parecía que iba a perder el control y morir ahogado en lo más profundo del mar. Pero, cuando faltaba poco para que se produjera aquel fatídico desenlace, con la misma rapidez con la que había descendido, subió hasta incluso más allá de las nubes.

Era libre, y siempre lo sería. Durante milenios, habían intentado subyugarle de las maneras más viles y ruines. Y, a pesar del daño recibido, siempre deseó lo que tenía en esos momentos. Su esencia, su existencia, su alma de dragón.

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