16 de septiembre de 2014

Capítulo 18 - De concursos...

Últimamente llevo una racha más o menos buena. En unos meses me he presentado a unos tres concursos y en los tres he sido seleccionada. Vale, no suena igual de bien que ganadora o finalista. Pero que al menos me tengan en cuenta en todos esos concursos quiere decir algo. Que al menos sé juntar letras, algo que no todo el mundo puede decir.

La verdad es que hasta hace poco me mostraba bastante reticente a presentarme a cualquier tipo de concurso o certamen. Cierto es que hay algunos que ya están fallados incluso antes de existir, mientras que otros son totalmente honestos con la mecánica. Pues bien, ahora que afortunadamente he madurado un poco en ese aspecto, intento presentarme a los que sé o, al menos, sospecho, que no se salen de mis posibilidades como escritora. Y, de paso, si son certámenes limpios, mejor que mejor.

¿Pero qué pasa? Que a veces hay bases que son consideradas abusivas. Como aquellas en las que te obligan a comprar el volumen que publiquen con los relatos ganadores si quieres ver el tuyo publicado. O la renuncia a los derechos de autor, algo bastante clásico. O, quizás, el premio, ya sea económico o en especie, sea bastante inferior a las regalías que debería tener el texto premiado en cuestión. Y esas son las más conocidas, que seguro que hay más.

Recuerdo el primer concurso al que me presenté, que dio la casualidad de que lo gané. Era una chica de secundaria que aún no había abandonado el script fanfiquero. ¡Dad gracias a que por entonces no se llevaban las rayitas ni esas cosas! Volviendo a lo que me ocupa: no era una niña, pero tampoco una adulta. Y la verdad es que estaba nueva respecto a esos temas. De hecho, creo que por entonces no tenía totalmente claro si realmente quería dedicarme a escribir o bien veía mi futuro en otra profesión.

Centrándome en lo que verdaderamente me ocupa: si la persona que soy ahora hubiera visto esas bases las hubiera cogido y las hubiera roto en mil pedacitos. Primero porque el premio solo era un ejemplar de la obra y varios libros más del fondo editorial de la organizadora. Segundo porque la obra no generaba derechos de autor. Y tercero porque, para dinamitar todo lo anterior, en la siguiente edición del concurso el premio era un iPad. ¡Con lo bien que me hubiera ido por entonces!

Vale que ahora, más que concursar por el premio, lo hago para decirle al mundo lo que hago y cómo lo hago. Pero sería una hipócrita si os contara que los premios no significan nada. Al menos es un aliciente que te anima a querer continuar haciendo las cosas bien. Eso sí, tened cuidado, que hay gente con la cara muy dura ahí afuera.

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