6 de septiembre de 2014

En la calle

El desamor fue lo que me llevó a este país. ¿O debería decir despecho? En cualquier caso, los acontecimientos hubieran sido los mismos. No hay oportunidades para mí.

Vivo en el frío de la calle. En soledad. Sin esperar ningún milagro porque yo ya hice todo lo posible para luchar por mí, aunque sin obtener nada. No soy más que una esclava de mi propia impotencia.

Con la tristeza pintada en los ojos, pido a los viandantes cualquier cosa que puedan darme. No quiero dinero, pues no soy una drogadicta. ¡Solo quiero poder echarme algo de comida en el estómago! ¿Es tan complicado de entender?

Por la noche, como hace demasiado frío como para tratar de dormir a la imtemperie, me refugio en un cajero automático. Aunque pueden ser lugares seguros y bastante cálidos, no es la primera vez que llegan a mis oídos noticias de niñatos que, creyéndose mejores que los que terminamos en la calle, deciden quemarnos vivos. O gobiernos que, considerándonos una plaga en vez de un síntoma de los problemas que ocasionan, hacen que los pocos sitios seguros que hay dejen de serlo.

Es muy duro. Tan duro que si me reconocieran lo negaría todo. No es mi culpa, pero sí mi vergüenza.
Nota de autor: Salvo imprevistos, doy por terminado el reto que he estado haciendo todo el día. Las palabras que me ha dado Mariana Palacios (Facebook) para este relato son soledad, frío, desamor, impotencia y tristeza.

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