24 de septiembre de 2013

Capítulo 1 - La libreta


Ella es una libreta. Tal vez no sea la más bonita. Tampoco será la que más páginas tenga para escribir. Pero el significado que tiene es algo que, casi con toda probabilidad, no pueda encontrar en otras libretas, ya sean iguales o diferentes.

Empecé a escribir en ella con el único objetivo de convertirla en un regalo para mi actual pareja.

La historia sobre cómo me hice con ella es bastante simple. De hecho, un día me animé a escribirla, aunque cambiando deliberadamente ciertos detalles para hacer un pequeño cuento algo chistoso y simpático. Aunque lo cierto es que el escribir en o sobre ella es mucho más complicado de lo que parece.

Al margen de lo que contara en ese pequeño cuento, lo cierto es que todo lo que se pueda considerar auténticamente obsceno y/o erótico apenas es un cuarto de lo que llevo escrito, ya que he preferido centrarme en la parte tierna de toda relación de amor. Y aquí es donde entra la verdadera dificultad al escribir la libreta.

Mi estilo de escritura no se acerca absolutamente nada a lo que se suele calificar como literatura romántica. Ni siquiera creo que me acerque ni por asomo a la literatura erótica. Ojo, no me refiero a este auge que ha tenido por cierta saga de dudosa calidad. Pero volvamos a mí. Me veo tan nula para estos estilos que una vez bromeé con un amigo mío bastante cercano sobre la prácticamente nula posibilidad de ganarme la vida como escritora erótica. Intentó decirme que no era cierto, pero es un género en el que, sencillamente, no me siento especialmente cómoda.

Y, sin comerlo ni beberlo, casi como empezó mi relación, me vi escribiendo una libreta con estos dos géneros. ¡DESQUICIADA! Y, para mi sorpresa, al principio iba bien. Al principio...

Y empezaron los bloqueos. Bloqueos como psicocandados. Bloqueos que me impedían escribir lo que quería. Bloqueos que me obligaban a dejar la libreta muriendo de risa en alguna de mis carpetas mientras mi enamorada mente me torturaba con imágenes que, por vuestro bien, prefiero no describir por aquí. ¡Vivan los bloqueos!

Así, con este panorama tan divertido, llegamos a agosto. Por azares de la vida, pude ver a mi chico justo cuando hacía cuatro meses con él. Decidí llevar mi libreta para que pudiera echarle un ojo y así, como decimos los aficionados a los videojuegos, meterle hype en el cuerpo.

Pudo leerlo todo. Excepto un relato. El más largo y, justamente, el que más me había gustado escribir.

Solo pudo con un párrafo. Y, a juzgar por su cara de asombro, sus reacciones corporales y hasta los «HAAAAAAAAALA», supe que aquel relato era demasiado explosivo hasta para él. Se me había ido muchísimo la mano. Y repito: solo con un párrafo.

Después de ese día, exploté en una ola de creatividad que me hizo llenar la mitad de lo que me quedaba. Era tan rápido que pensaba que iba a poder terminar mi regalo justo para el día que habíamos acordado.

HOY.

¿Qué ha pasado? ¿Por qué os estoy contando todo esto en lugar de pasar la tarde con el motivo de mi felicidad? Simple: cosas de sus padres. Me odian. Porque sí. Admiten que sé escribir, sí. Pero me odian igualmente por pensar que seré una «mala influencia» para su hijo. Me ahorraré los comentarios porque este no es el lugar para ello.

Lo único bueno de todo esto es que aún no he terminado con la libreta. Aunque ayer me quedé hasta tarde escribiendo, aún me quedan 14 páginas que llenar. Y aunque sean páginas de tamaño cuartilla, entre mi actual situación personal y mi falta de inspiración debido a cierto cúmulo de cosas harán que me cueste terminarla. Aunque seguramente para la próxima vez ya la tenga lista.

Pero volvamos al punto sobre el que me gustaría insistir. No soy una escritora romántica, ni me apetece serlo. Tampoco soy una escritora erótica. Aunque, tal vez con práctica, motivación y alguna que otra experiencia «traumática» podría llegar a serlo. Pero, a día de hoy, mi estilo se reduce a la fantasía. Fantasía combinada con casi cualquier cosa. Pero fantasía al fin y al cabo.

Lo bueno que estoy descubriendo gracias a esta libreta es que, en el fondo, con un poco de voluntad y ganas, cualquiera es capaz de escribir lo que quiera. Pero claro, en este punto es donde entran cualidades como la constancia y la perseverancia. «El que la sigue, la consigue», como reza el dicho. Además, gracias al esfuerzo que me supone escribir algo totalmente fuera de mi estilo general, estoy descubriendo cosas de mí misma. Agradables y desagradables. Pero autoconocimiento al fin y al cabo.

Si todo sigue su curso, sé que terminaré la libreta. Y no me sentiré como estos días atrás con prisa para terminarla. Prisa que no me ha servido para nada. Y así, cuando termine, podré reanudar otros proyectos pendientes. Y que, con un poco de suerte, podrían reportarme mucha felicidad personal, que es lo más importante.

20 de septiembre de 2013

Prólogo - Yo

¿Es fea? SOY YO, PEDAZO DE GILIP-


Me llamo Sariel. No diré los apellidos. Si rebuscáis un poco los encontraréis fácilmente. Aparte, por alguna razón, no me gustan. Especialmente el de mi madre. Tengo 22 años. O eso al menos dice mi DNI. Aparte de ciertas cosas que me hacen radicalmente diferente al resto (soy gótica, agnóstica y Síndrome de Asperger, menuda mezcla...), hay algo por lo que siempre, siempre, me gustará distinguirme del resto de la gente.

Soy una escritora vocacional.

No os confundáis. Que me considere como tal no me convierte ni en mejor ni en peor. Simplemente soy una más, aunque mis motivos vengan desde hace tiempo. Siempre he tenido mucha imaginación. Tanto que casi todos los que me conocen piensan seriamente en la posibilidad de que esté realmente chiflada. Desde niña, siempre me ha resultado muy fácil escribir de manera correcta, tanto, que mis profesores creían erróneamente que mis padres me ayudaban en las tareas, cuando normalmente ni me molestaba en hacerlas por considerarlas insultantemente sencillas para mi capacidad intelectual. Y, además, también me gusta leer. Aunque a mí me sucede algo un tanto especial: no encuentro ninguna historia que me satisfaga completamente. De ahí mi rechazo a prácticamente todo lo que acabo leyendo. Son historias que no me transmiten nada. Vacías. Frías. Sin nada que sea realmente capaz de conmoverme.

Aquí es donde entra la que yo considero la función primordial de todo escritor: escribir justo lo que desearía leer.

No sería la primera ni la última vez. Recuerdo que empecé a escribir a raíz de descubrir los fanfics. Aunque pronto me di cuenta que ajustarme a un mundo y a unos personajes no creados por mí no me era suficiente. Y me pasé a los Universos Alternativos. Tampoco era lo que buscaba. Empecé a mezclar personajes originales y personajes tomados de anime. Pues tampoco me servía.

También traté de adaptar algo que había escrito como un fanfic en un libro serio. Y, a medida que escribía, la idea me iba pareciendo tan absurda que terminó en un cajón del escritorio de la que era mi habitación en casa de mis padres. Siempre y cuando mi madre no haya hecho una de sus obsesivas limpiezas generales, claro está...

Asimismo, tuve un efímero paso por la universidad, que únicamente me sirvió para darme cuenta de algo que dijo uno de los profesores a los que más respeto he tenido en mi vida: «Si lo vuestro es escribir, idos de aquí y escribid en vuestra casa, porque aquí no hacéis nada». Gracias por tus palabras, Pepe, porque eso es justamente lo que ha sucedido. ¿De qué me sirve que hasta mis padres se sacrifiquen por mí si lo que estoy aprendiendo no me va a servir a la hora de ponerme delante de un folio en blanco?

Seamos sinceros: por mucho que sepas de literatura y del funcionamiento de la lengua, tal erudición no te va a servir cuando trates de contar una historia. Porque escribir es justamente eso. Contar una historia. Y pasa y resulta que cada persona, cada narrador, tiene su manera de hacerlo. Y aquellos que realmente amamos adoptar tal rol nos esforzamos para hacerlo lo mejor posible, sin descuidar nuestra propio estilo. Nuestra luz personal. Nuestro sello.

Y, hasta que no aprendí una lección tan simple pero tan complicada a la vez, no fui capaz de dar ~*EL SALTO*~. Escribir algo solo mío. Algo que, sin saberlo realmente, era lo que yo deseaba leer. Lo que yo quería escribir con todas mis fuerzas. Y lo mejor es que sé que es un viaje que apenas acaba de empezar.

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