20 de septiembre de 2013

Prólogo - Yo

¿Es fea? SOY YO, PEDAZO DE GILIP-


Me llamo Sariel. No diré los apellidos. Si rebuscáis un poco los encontraréis fácilmente. Aparte, por alguna razón, no me gustan. Especialmente el de mi madre. Tengo 22 años. O eso al menos dice mi DNI. Aparte de ciertas cosas que me hacen radicalmente diferente al resto (soy gótica, agnóstica y Síndrome de Asperger, menuda mezcla...), hay algo por lo que siempre, siempre, me gustará distinguirme del resto de la gente.

Soy una escritora vocacional.

No os confundáis. Que me considere como tal no me convierte ni en mejor ni en peor. Simplemente soy una más, aunque mis motivos vengan desde hace tiempo. Siempre he tenido mucha imaginación. Tanto que casi todos los que me conocen piensan seriamente en la posibilidad de que esté realmente chiflada. Desde niña, siempre me ha resultado muy fácil escribir de manera correcta, tanto, que mis profesores creían erróneamente que mis padres me ayudaban en las tareas, cuando normalmente ni me molestaba en hacerlas por considerarlas insultantemente sencillas para mi capacidad intelectual. Y, además, también me gusta leer. Aunque a mí me sucede algo un tanto especial: no encuentro ninguna historia que me satisfaga completamente. De ahí mi rechazo a prácticamente todo lo que acabo leyendo. Son historias que no me transmiten nada. Vacías. Frías. Sin nada que sea realmente capaz de conmoverme.

Aquí es donde entra la que yo considero la función primordial de todo escritor: escribir justo lo que desearía leer.

No sería la primera ni la última vez. Recuerdo que empecé a escribir a raíz de descubrir los fanfics. Aunque pronto me di cuenta que ajustarme a un mundo y a unos personajes no creados por mí no me era suficiente. Y me pasé a los Universos Alternativos. Tampoco era lo que buscaba. Empecé a mezclar personajes originales y personajes tomados de anime. Pues tampoco me servía.

También traté de adaptar algo que había escrito como un fanfic en un libro serio. Y, a medida que escribía, la idea me iba pareciendo tan absurda que terminó en un cajón del escritorio de la que era mi habitación en casa de mis padres. Siempre y cuando mi madre no haya hecho una de sus obsesivas limpiezas generales, claro está...

Asimismo, tuve un efímero paso por la universidad, que únicamente me sirvió para darme cuenta de algo que dijo uno de los profesores a los que más respeto he tenido en mi vida: «Si lo vuestro es escribir, idos de aquí y escribid en vuestra casa, porque aquí no hacéis nada». Gracias por tus palabras, Pepe, porque eso es justamente lo que ha sucedido. ¿De qué me sirve que hasta mis padres se sacrifiquen por mí si lo que estoy aprendiendo no me va a servir a la hora de ponerme delante de un folio en blanco?

Seamos sinceros: por mucho que sepas de literatura y del funcionamiento de la lengua, tal erudición no te va a servir cuando trates de contar una historia. Porque escribir es justamente eso. Contar una historia. Y pasa y resulta que cada persona, cada narrador, tiene su manera de hacerlo. Y aquellos que realmente amamos adoptar tal rol nos esforzamos para hacerlo lo mejor posible, sin descuidar nuestra propio estilo. Nuestra luz personal. Nuestro sello.

Y, hasta que no aprendí una lección tan simple pero tan complicada a la vez, no fui capaz de dar ~*EL SALTO*~. Escribir algo solo mío. Algo que, sin saberlo realmente, era lo que yo deseaba leer. Lo que yo quería escribir con todas mis fuerzas. Y lo mejor es que sé que es un viaje que apenas acaba de empezar.

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