23 de agosto de 2015

La sacrosanta RAE (I)

Aviso que esta entrada estará dividida en varias entradas más cortas debido a la complejidad del tema. Y es que, cuando de poner en duda principios básicos se trata, hay que ir explicando poco a poco cada punto, no vaya a ser que se nos atragante y sea mucho peor.

Mucha gente cree saber cómo funciona un lenguaje. Creen que un grupo de señores pueden regular cualquier detalle de una lengua, da lo mismo que la hable tan solo un millón de personas que cuatrocientos millones. Da igual, siempre existirá alguien que pueda ponerle normas.

Lo cierto es que no es así. De hecho, nunca lo ha sido, ni lo será.

Cualquier idioma que conozcamos ha sufrido una evolución. Los idiomas que hoy conocemos no son más que formas deformadas y modernizadas de lenguas como el latín o el griego, que a su vez surgieron de otras lenguas que también vivieron este proceso. Y así hasta llegar a los primeros balbuceos del ser humano. Y, por si aún tenéis alguna duda: no, ninguna institución ha estado detrás de este proceso de evolución.

Esta introducción parece totalmente descontextualizada. Y de hecho, si no os pongo en antecedentes, efectivamente no tiene sentido alguno. Pero lo tiene, y mucho.

Si sois hablantes del idioma conocido como español o castellano y estáis medianamente informados, sabréis que hay una institución llamada Real Academia Española, cuya función es, básicamente, regular el español como idioma y resolver dudas, desde las más básicas hasta las más complejas.

En cuanto a la organización interna, la RAE posee 46 académicos, los cuales representan el alfabeto latino en sus grafías mayúscula y minúscula. Aunque estos no son los únicos académicos, podemos decir que son los más importantes.

Aunque los académicos son personas elegidas por su relación con el español como idioma, no debemos olvidar un punto importante: también son personas. También son hablantes con sus propios rasgos, más o menos públicos.

¿A dónde pretendo llegar? Aunque la labor regularizadora de la RAE es encomiable, tenemos que recordar que, por el simple hecho de ser humanos, tienen sus limitaciones.

A pesar de que los académicos gozan de cierto argumento de autoridad por tener un oficio involucrado con el lenguaje, la realidad es que actualmente muchos cambios que se están llevando a cabo no son del agrado de muchos hablantes o, al menos, no tienen mucha lógica, como el caso de sólo*/solo, cuya primera forma ha pasado a ser considerada una falta de ortografía.

A modo de inciso personal: entiendo que muchos cambios se hacen para simplificar el lenguaje, algo que sucede de forma espontánea en las calles, pero el cambio que he ejemplificado es un cambio que no está justificado, ya que la presencia o no de tilde estaba justificada. Ahora se aduce al hecho de que hay que examinar el contexto, algo que en ocasiones puede llegar a ser confuso. Este no es el único caso, solo que sí es el más fácil de exponer.

Y aquí es donde me voy a acercando a una verdad a gritos: la RAE, aunque se esfuerza en limpiar, fijar y dar esplendor, siempre va un paso por detrás del auténtico español, el que se habla en las calles. Es humanamente imposible recoger el analgama de vocablos y registros que se pueden escuchar en el mundo.

Continuaré con esto en otra entrada, ya que en este caso, más que hablar de la RAE, debo fijar el foco en quienes hablamos este idioma. Como tú y como yo.

18 de agosto de 2015

Capítulo 26 - Anonimato

Antes de empezar a escribir lo que viene siendo la entrada, propiamente dicha, me gustaría advertir a mis posibles lectores de que esta reflexión que vais a leer es personal. Y me ha tomado su tiempo organizarla en mi cabeza porque son muchos pequeños puntos y, si los organizo mal, no se puede comprender el gran punto al que pretendo llegar.

En cualquier caso, puedo contaros la conclusión a la que he llegado después de todo mi cacao mental: el anonimato está infravalorado.

Sé que buenas a primeras parece una afirmación estúpida y carente de base. Por eso necesito matizar uno a uno mis puntos para que comprendáis por qué he llegado a esta conclusión. Y el primero de ellos es algo que, si me seguís desde algún tiempo, deberíais saber. Tened en cuenta que prácticamente todo lo que publico en este blog va especialmente orientado a personas que, como yo, aspiran a convertirse en escritores.

Creedme, este matiz es realmente importante, pues es la base de todo el planteamiento posterior.

En un ejercicio de honestidad con nosotros mismos, tenemos que admitir que, en más de una ocasión, hemos soñado despiertos con escribir la historia de nuestros sueños, que una buena editorial se interese por ella y saltar a la fama. Está bien soñar con eso, sobre todo si detrás de ese sueño hay un trabajo detrás. Pero fijo que pocos han llegado a plantearse el lado menos amable de ese sueño.

Yo admito con naturalidad que me gustaría ser conocida como novelista de fantasía, especialmente dentro de la novela vampírica. Pero también confieso que yo no estoy preparada para ello y, mucho menos, puedo hacer el esfuerzo necesario para hacer mi sueño realidad, teniendo en cuenta mi situación personal actual y a corto plazo.

Pero, si me salgo fuera de los factores relativos a mi propia persona, me encuentro con que la industria editorial de mi lengua materna tiene su reputación bastante dañada por pequeñas pseudoeditoriales que se dedican a embaucar escritores noveles y no tan noveles prometiéndoles incluso la luna. No hay mucho que añadir sobre este tema, pues cualquiera quetenga cinco minutos y sepa usar Google con pericia podrá encontrar fácilmente escándalos relacionados con este tema.

Muchos llegaréis a la conclusión de que la autopublicación es la mejor salida. No puedo discutirlo, pues al menos las tareas de gestión, publicidad y demás recaen sobre uno mismo. El problema es que, nos guste o no, el mercado de la autopublicación, especialmente Amazon, está repleto de libros que, por un motivo u otro, no han sido lo suficientemente cuidados, lo que hace que se tenga una mala imagen de la autopublicación por culpa de un pequeño grupo. Otro debate que da para muchas horas.

Pero, ¿qué sucede si tenemos la suerte de firmar con una editorial grande? Vale, si de verdad se interesan por nuestro escrito tendrá una buena publicidad y unas ventas respetables. Siempre y cuando no tengas que competir con algún youtuber explorando otros terrenos o un famoso por méritos dudosos, claro está. Pero firmar con un grande supone una gran responsabilidad, sobre todo si pasas a ser un nombre relevante dentro de la editorial.

Y entonces, es cuando el acto de escribir deja de ser un arte para pasar a ser solo trabajo.

Y cuando algo pasa a ser un simple trabajo, se pierden las ganas.

Por eso valoro mi tiempo como autora anónima. Quizá no me lea tanta gente como realmente me gustaría, eso es cierto. Pero con el tiempo he aprendido a apreciar cada aspecto de la escritura. Y aunque confieso que me preocupa ser leída, también admito que tengo bastantes relatos ocultos que he escrito solo por el placer de plasmarlos en un papel. Algunos llamarían a esto madurar. Yo lo llamo crecer.

También valoro mucho la libertad creativa de la que dispongo ahora mismo. No estoy atada a las reglas de nadie, lo que me concede la libertad de escribir sobre lo que yo crea oportuno. Sin presiones ni limitaciones por parte de nadie.

Quizá el único inconveniente es que por mis obligaciones personales no puedo dedicarle todo el tiempo a escribir. No obstante, ese tiempo que sí puedo utilizar lo puedo organizar como yo considere oportuno.

Por todo esto, he llegado a la conclusión de que el ser un escritor anónimo está infravalorado. Muchos escriben pensando en el momento en el que su nombre resonará en todas partes, si alguna vez lo hace. No tiene nada de malo soñar, pero hay que saber tener los pies en la tierra y disfrutar del momento.

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