5 de enero de 2015

Sephiroth's Inferno - Capítulo 1: Evesalam

Notas: ¡perdón por la tardanza! Hasta ahora he estado realmente ocupada, y la verdad es que sigo estándolo, pero menos. La revisión ha sido superficial, pero creo que así se puede publicar sin problemas.

En medio del camino de la vida, estaba perdido en un bosque oscuro, pues me había apartado de mi senda. Aunque la luna llena hacía el esfuerzo de intentar arrojar algo de luz ente aquel caos verde que me envolvía, la oscuridad era tan espesa que quizá ni los rayos del amanecer podrían penetrar en aquel nuevo mundo que se abría ante mis ojos, desconcertados por saberse aún vivos.

Por suerte, conservaba mi larga capa negra para protegerme del frío y mi Masamune, pues necesitaría defenderme si algún monstruo salvaje aparecía en mi ruta. Y así, sin saber ni siquiera por qué seguía vivo, me decidí a avanzar, pues tal vez así podría encontrar mi rumbo. O tal vez perderme incluso más.

Fue un paseo largo, pues perdí todavía más la noción del tiempo mientras recorría aquella fortaleza de árboles en la que había despertado. Pero si había un detalle que me estaba desconcertando era que en aquel bosque no había vida. No escuchaba a los búhos ulular ni había visto ningún insecto nocturno, tales como arañas o escarabajos. Y tampoco me había encontrado con ningún otro ser humano. Era como, si aparte de la vegetación y mi persona, no hubiera nada más en aquel lugar.

Con aquel panorama tan desolador, traté de continuar con mi travesía, pero sumergiéndome en mis divagaciones. Después de aquel combate en el que prácticamente acabé muerto, terminé siendo parte de la Corriente Vital. Y no era una duda: era una certeza. Sé que invoqué a Cloud para que viniera hasta mí, pues necesitaba aquel último combate como estos árboles dependían del agua para vivir. Fue una imprudencia por mi parte, pues yo mismo firmé mi sentencia de muerte. Me autodestruí sin ni siquiera ser yo quien infligiera mis heridas.

Entonces, ¿por qué razón sigo existiendo? ¿Acaso aún soy un ente metafísico? Al fin y al cabo, aunque tenga los genes de Jénova, mi entendimiento humano no podría responder a estas preguntas de una forma satisfactoria. Era un enigma que iba a tener que descubrir a lo largo del viaje que me esperaba.

Estaba tan atento a mis pensamientos que fui incapaz de darme cuenta de que el suelo musgoso del bosque había sido sustituido en cuestión de segundos por una tierra arenosa y que parecía ser incapaz de soportar mi peso. Así, sin darme cuenta de ello, había caído en unas arenas movedizas. ¿Por qué en un lugar como ese había algo que era tan diferente? Parecía que cada paso encerraba un enigma que tendría que resolver.

Poco a poco, me fui hundiendo. Nunca en mi vida había visto algo así, y mucho menos, escapar de una situación como esta. ¿Cómo habría que hacer para escapar de aquí? Si supiera como hacerlo, ni me lo pensaba. En cambio, estaba seguro de que, si intentaba escapar, al final todo acabaría siendo peor. No quería arriesgarme.

—¡Rápido, agarra esta liana! Esas arenas movedizas no tienen fondo—me gritó un ser desde un árbol cercano, lanzándome la gruesa cuerda de vegetación para que me aferrara a ella y escapar.

Tenía un intenso color verde y aparentaba ser bastante resistente, por lo que podría soportar mi peso y el de mi katana sin problemas. Así, sin pensar siquiera si el ser que me estaba ayudando merecía mi confianza, agarré la liana. ¿Qué haría mi salvador?

Sin mediar palabra, empezó a tirar de su extremo de la liana, sacándome poco a poco de las arenas.

—¡Eso es! Mantente relajado o no podré sacarte de ahí.

Tras varios tirones bastante fuertes, consiguió sacarme de la trampa. De rodillas hacia abajo estaba manchado de arena. Era bastante pegajosa, así que era mejor que me esperara a encontrar agua para limpiar el bajo de mis pantalones y mis botas. No soportaba aquella suciedad.

Después de fijarme en aquello, se apareció ante mí quien me había ayudado a salir de las arenas movedizas. Era una chica con la piel pálida, con ligeros brillos sonrosados. Vestía una falda y un top hechos con hojas de árboles cosidas con hebras amarillentas y flexibles. Pero si había un detalle que realmente me desconcertaba es que ese ser tenía dos alas negras, que en ese momento descansaban plegadas. ¿Qué era ella?

—Hola. Acabas de llegar, ¿cierto? Tienes mucha suerte de que te haya encontrado a tiempo —me dijo dedicándome una sonrisa con sus labios de color carmesí, al igual que sus ojos, que parecían felices ante mi presencia.

—Intuyes bien. Desperté aquí. No sé donde estoy ni a dónde debo ir. Y parece ser que intentar encontrar el camino solo ha sido un acto muy imprudente por mi parte.

—No te culpes, por favor. Lo normal cuando te pierdes es justamente tratar de encontrarse. Estás en Evesalam, el nombre que le damos los de mi especie a la entrada del Infierno. Yo me llamo Inoru. Me han dicho que vendrías, Sephiroth.

¿Qué? ¿Cómo aquel ser alado sabía mi nombre y que acabaría en ese lugar? Sin poderlo remediar, una mirada de asombro salió de mis ojos, que aún brillaban con el color de la energía mako que había en mí.

—Así que esto es la entrada al Infierno… ¿No es demasiado halagüeño para lo que se supone que nos espera?

—¡No! Piensa que, quitando la vegetación, aquí no hay vida. No hay animales ni personas ni nadie viviendo en este lugar. La vida no vegetal en Evesalam es imposible. La única alternativa es encontrar la puerta que conduce al Aqueronte. Y a partir de ahí no hay regreso posible.

—Entonces debo deducir que tu misión es guiarme hasta esa puerta, que la cruce y me quede encerrado en el Infierno. ¿Es eso?

—Sí, pero no. En realidad, mi misión es mucho más amplia de lo que has dicho, Sephiroth. Mi misión no viene del Infierno, ni de Evesalam ni de nada que hayas visto en este mundo. Tu destino estaba sellado. Tu viaje es predestinado. Y yo he sido elegida para guiarte.

Aquella afirmación me estaba dejando aún más desorientado que cuando desperté aquí. ¿Eso quiere decir que todo cuanto he vivido hasta ahora no ha sido elegido por mí? ¿Absolutamente nada? ¿Dónde quedaba aquel libre albedrío que se supone que todos tenemos?

—Entonces, estás afirmando que mi vida no ha sido más que una sucesión de cosas en las que no he tenido la libertad de obrar según mi conciencia.

—Te equivocas. En realidad sí que has tenido capacidad de decisión. Pero, en tu caso, hicieras lo que hicieras, tarde o temprano las consecuencias iban a ser las mismas. Eso es lo que quería decir.

Aunque el sol seguía sin penetrar en aquella fortaleza verde, Inoru me apremiaba a seguir el camino que había perdido, pues el anochecer pronto nos sorprendería, y según había podido contarme mientras avanzábamos, Evesalam a partir del crepúsculo no era un lugar seguro, a pesar de que no hubiera vida allí. La muerte acechaba a aquellos que no eran lo suficientemente valientes como para cruzar el portal que nos dejaría cerca de la orilla del Aqueronte.

Eso quería decir que el destino para valientes y cobardes era exactamente el mismo: recibir su castigo en el Infierno. La diferencia estribaba únicamente en el modo de afrontar lo inevitable, pues el tormento sería el mismo.

En cuanto a Inoru, ella afirmaba ser un hada vampiro. Quizá no era una especie poderosa. Tampoco la más sabia. Pero sí una de las más longevas. No eran inmortales, pero su gran esperanza de vida y su cercanía con la vida del bosque les habían convertido en unos grandes guías allí donde estuvieran. Y otra característica muy especial es que, además de poderse exponer a la luz del sol sin temer la muerte, era que tenían por costumbre vestir y decorarse con los vegetales que los bosques les aportaban. De ahí que Inoru llevara esas prendas tan peculiares, así como dos broches hechos con rosas blancas, que sujetaban las dos largas coletas negras que llevaba.

Me resultaba incomprensible la razón por la que un ser como ella estaba en un lugar como ese, acompañándome. ¿Qué había pasado con su vida para verse convertida en la guía de un lugar tan tormentoso como el Infierno? ¿Qué era lo que me esperaba? Solo sabía que, una vez cruzara el portal, no había regreso posible. Y que el primer paso era cruzar el río Aqueronte. A partir de ahí, no sabía absolutamente nada. Y desconocía si estaba preparado para saberlo.

La travesía era larga, pues el portal que separaba este paraíso muerto del lugar de tortura eterna estaba exactamente en el centro del bosque, y yo había despertado en uno de los extremos. Por lo tanto, estaba bastante lejos de allí. E Inoru lo sabía perfectamente, por lo que intentaba atajar todo lo que era posible entre aquella maraña de ramas y vegetación. Era irónico que un laberinto que simbolizara la muerte estuviera formado por elementos vivos. Demasiado tétrico para mi gusto.

Tras caminar un rato infinitamente largo en silencio, acompañados solo por el ruido de las hojas al ser mecidas por el viento, tanto mi guía como yo observamos que el caos verde se iba transformando paulatinamente en flores. Y no unas flores cualesquiera: rosas. De todos los colores que podía imaginar. Desde las clásicas rosas rojas hasta rosas azules e incluso negras

—¿Preparado para comenzar tu viaje?

—Más de lo que imaginas, Inoru.

—¡Me gusta que seas así de valiente! Ahí abajo te hará falta…

—No te preocupes por mí. Voy muy bien armado —respondí recordando con satisfacción que tenía la Masamune cargada en mi espalda—. Si pasara algo, estoy preparado para atacar. Sea lo que sea.

Ella sonrío, como si supiera de antemano cuál iba a ser mi reacción. No sabía si sentirme cómodo o no con una mujer que, para empezar, ni siquiera era humana. No se veía malintencionada, pues me había rescatado de las arenas movedizas, a su manera y sin pensarlo. ¿Pero y si ella escondía algo?

Por el momento, lo más sensato era confiar, pues ella conocía este lugar y yo no. Si quería seguir adelante, no me quedaba más remedio que seguirla. Aunque, por extraño que sonara, parecía ser que realmente había muerto después de aquel combate contra Cloud en la Corriente Vital.

Cada vez iban apareciendo más rosas, hasta que, de un momento a otro, llegamos a un claro. Era lo suficientemente grande como para poder contemplar el cielo sin ninguna clase de obstáculos. Era un atardecer tan bonito y anaranjado que parecía que el manto que nos cubría estaba formado por llamas. Además, la brisa fresca que soplaba hacía que las flores que había en aquel lugar se mecieran suavemente, perdiendo algún que otro pétalo que volaba ligeramente por el aire, incluso de las rosas que llevaba Inoru en el pelo.

Pero si había algo que destacaba incluso más que ver el cielo o la gran cantidad de flores que había allí, era el portal que habíamos venido a buscar. Imaginaba que sería como una especie de distorsión de Corriente Vital que permitía que nos pudiéramos desplazar a través del espacio e incluso del tiempo sin problemas. Aunque en realidad no se parecía en nada a lo que había imaginado durante el paseo, pues era una especie de alcantarilla vertical hecha de piedra, teniendo en su sección central algo que parecía ser agua, pues desde el centro exacto del círculo salían ondas que llegaban a los bordes. En cuanto al líquido que se movía, era una capa muy fina y transparente, dejando ver lo que había al otro lado del mismo.

No obstante, todo aquello no era nada con lo que acababa de ver. En la roca había grabados unos versos en letra muy pequeña, que se extendían a lo largo del perímetro del círculo.

Por mí se va hasta la ciudad doliente,
Por mí se va al eterno sufrimiento,
Por mí se va a la gente condenada.

La justicia movió a mi alto arquitecto.
Hízome la divina potestad,
El saber sumo y el amor primero.

Antes de mí no fue cosa creada
Sino lo eterno y duro eternamente.
Dejad, los que aquí entráis, toda esperanza

Tras leer detenidamente la advertencia que narraban aquellos versos, sentí algo de terror. Era evidente que no me estaba yendo de pic-nic con mis amigos de la infancia, sino a un lugar en el que la eternidad era sinónimo de dolor, sufrimiento y castigo. Un lugar en el que, una vez que entras, ya no hay manera de salir.

—No te preocupes, Sephiroth. Es normal sentirse alarmado ante la advertencia de Caronte. No en vano, será él quien nos ayude a cruzar el Aqueronte. Después de eso, podría decirse que ya estamos en el Infierno, con todas sus letras.

Al escuchar esas palabras, una duda invadió mi cerebro. Y no era si cruzar el portal o no. A pesar de lo peligrosa que era la aventura que me esperaba, tenía la seguridad de querer vivirla. Y eso que desconocía completamente lo que me esperaba. La duda que me atormentaba era otra. ¿Cómo era posible que Inoru conociera tan bien el Infierno, si una vez dentro no había manera de salir?

—Yo no tengo miedo. Al fin y al cabo, tan solo son palabras. Pueden ser verdad o no. Y, aunque lo sean, yo mismo creé un Infierno en mi mundo. Estoy preparado.

Inoru me miró entre asombrada e incrédula. Eso me hizo suponer que ella desconocía totalmente lo que le había hecho al pueblo de Nibelheim hacía ya casi seis años atrás. Cada vez que recordaba la furia que ardía dentro de mí y las llamas que me rodeaban, sentía que aquella furia volvía. Afortunadamente, no con la misma virulencia que sentí aquel funesto día, pero las imágenes de gente siendo asesinada con mi Masamune no se me olvidan a olvidar jamás. Ni el odio que sentía hacia el mundo por entonces.

—No falta mucho para que se haga de noche. Si eres un hombre sensato, lo mejor que puedes hacer ahora mismo es cruzar el portal.

—No necesito que me lo estés recordando. Soy perfectamente consciente de la situación. Si lo cruzo acabaré en el Infierno. Si no lo cruzo acabaré en el Infierno. Haga lo que haga acabaré en el Infierno. Así que, como entenderás, lo más inteligente es optar por la vía rápida, ¿no crees?

Ella no dijo nada. Se limitó a mirarme. Con esa actitud me dio a entender que yo debía ser el primero en aventurarse en averiguar qué era exactamente lo que había al otro lado del portal. Así, sin pensarlo demasiado, releí la advertencia que estaba escrita en la roca y, una vez que terminé de hacerlo, miré fijamente hacia el punto desde el que salían las ondas que hacían agitarse a aquel misterioso líquido y di un paso, que me acercó más a aquella membrana. Pero, al siguiente paso, la crucé por completo.

Era extraño, pues no notaba que me estuviera mojando en absoluto. De hecho, aquella materia no se sentía como si fuera un líquido. Pero no importaba, pues casi al instante después de formar parte de aquello, una luz muy intensa me cegó. Y, a continuación, pude ver lo que me esperaba.

Mi aventura había comenzado.
Notas de autor: sí, más notas. No sé si habéis jugado a Final Fantasy X, pero si no lo habéis hecho, os explico. El nombre está inspirado en el hogar de los Guado, el Guadosalam. Así que Evesalam vendría a ser como "El hogar del mal". Pronunciado como Év'salam. ¿Tiene sentido? Bueno, es fantasía, lo importante era crear un mundo que pudiera sostenerse por sí mismo.

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