6 de marzo de 2014

Reto ¡Yo escribo! [3ª pregunta]

Y aquí sigo, con el reto ¡Yo escribo! de Eleazar Writes. Admito que lo he tomado con demasiada calma, pero ahora que puedo y quiero escribir, voy a desarrollar el reto con el mimo y el cuidado que se merece. Y en esta ocasión es posible que me extienda un poco más de lo normal, así que como diría Cloud Strife, ¡allé voy!

¿Cómo es vuestro ambiente de trabajo?

Me gustaría aclarar que a lo largo de mi vida he tenido varios lugares que eran mi lugar improvisado de trabajo.

Por ejemplo, antes de irme a la universidad escribía usando mi cama a modo de escritorio, sentándome en el suelo con un cojín. Tengo que admitir que esto me resultaba bastante cómodo, porque disponía de espacio y privacidad, dos cosas que necesito sí o sí para ponerme a escribir. Además, al no tener por entonces ordenador (mucho menos portátil), podía organizarme gracias al gran espacio del que disponía.

Al volver a casa después de dejar la carrera (es una historia demasiado larga que no merece la pena contar), como ya disponía de un ordenador portátil propio, lo que hacía era okupar la mesa de la cocina. Sí, okupar. Salvo a las horas puntuales de las comidas y por las madrugadas, esa mesa era mi lugar de trabajo. Guardo muy buenos recuerdos porque de esta manera fue como escribí prácticamente todo lo que llevo de Crónicas del Sol Oscuro: el Despertar.

Al irme de casa y mudarme a Valencia, mi portátil estaba prácticamente K.O., así que lo poco que escribía lo hacía a mano y en una libreta que o bien perdí o alguien con las manos demasiado largas tuvo a bien de coger. Sencillamente prefiero que esa libreta caiga en el olvido. No por lo que escribí, si no por quién lo hice.

Ahora que mi situación es relativamente estable, tengo varios lugares de trabajo que me gustan y están bastante bien. Y que además cumplen con las condiciones que necesito para escribir a gusto.



El primero vuelve a ser la mesa de la cocina. Preferiría que fuera en mi habitación, por eso de tener mi burbujita, pero no tengo nada que pueda servirme como mesa. De todas formas, al estar sola por las mañanas, puedo sentarme ahí y hacer lo que sea necesario sin sentirme observada o molestada, algo que me incomoda muchísimo.



El otro lugar en el que acostumbro a trabajar, especialmente para escribir, es mi cama. Sí, mi cama otra vez. Pero no usándola como escritorio, si no como veis en la imagen. Sencillamente me tapo y me pongo en las piernas lo que vaya a utilizar, sea mi ¿nuevo? portátil o mi carpeta para apoyarme y escribir a mano. Tengo que admitir que soy un tanto lirona y me gusta estar calentita y cómoda. Y aunque en el pasado también intentaba lo de escribir en la cama, con un portátil de quince pulgadas era incomodísimo. De ahí que cuando pude conseguir uno nuevo, mi elección fuera directamente encaminada hacia los netbook.

Confieso que tengo ciertas manías a la hora de escribir. Y la primera de ellas puede resultar un tanto sorprendente. Necesito que mi lugar de trabajo huela bien. Por esa razón, acostumbraba a poner incienso, preferiblemente de rosas rojas. ¿Por qué he tenido que dejar de hacerlo? Lo tengo estrictamente prohibido por razones de convivencia. Así que me toca buscar otra manera de sentirme cómoda cuando escribo en casa.

Mi otra gran manía es que ODIO trabajar en mis escritos si me siento observada. No puedo. Sencillamente es una cosa que no soporto. De ahí que prefiera “esconderme”, por así decirlo. O, en todo caso, si no me queda más remedio que escribir fuera de casa, que sea en sitios públicos, donde si me observan que sea por mi flequillo azul o por cierta parte de mi cuerpo, no porque escribo.

Luego, más que manías, son cosas que hago por rutina. Para terminar de cerrar mi burbujita y sentirme segura cuando tengo que enfrentarme a la hoja en blanco o al nuevo documento de Word. Necesito escuchar música. No suelo ser demasiado tiquismiquis para elegir, aunque confieso que depende un poco de mi estado de ánimo o de lo que quiera escribir. Por ejemplo, cuando quiero narrar algo romántico, tiendo a escuchar esta canción. En cambio, cuando necesito algo de acción, suelo elegir esta otra.

Otra de esas manías superfluas es la de consumir Chupa Chups. Sí, los de marca. Ya no solo porque me traen recuerdos de cuando vivía sola con mi madre y me podía permitir el lujazo de tener una bolsa casi cuando quisiera. Sencillamente necesito tener algo dulce en mi boca. Y si no puede ser eso, procuro que sean gominolas (preferiblemente las que tienen forma de fresa o cereza) o directamente caramelos con palo de los baratos. Aunque, admitámoslo, los baratos no duran igual. De hecho, ni siquiera están igual de buenos. Pero cuando la economía flaquea, hay que saber acostumbrarse a lo que se dispone.

Por último, quiero hablar de la burbujita que he mencionado. Por varias razones de mi vida, aunque el color de parte de mi pelo os haga pensar lo contrario, lo cierto es que no me gusta llamar la atención. Soy de esas personas que van por la calle entre multitudes tan a gusto porque no se sienten observadas. Y eso se refleja mucho en mi necesidad casi compulsiva de aislarme cuando deseo escribir. Odio ser molestada. Odio sentirme observada. Odio que, en cierta manera, se profane la intimidad que se crea entre el papel o la pantalla y yo. De ahí que me sienta a gusto escuchando música con esos cascos enormes que te aíslan del ruido mientras mi mente solo tiene dos cosas de las que ocuparse. La primera de ellas, obviamente, es plasmar con palabras lo que quiero narrar. La segunda es sencillamente saborear el dulce que tengo en la boca, si es que efectivamente tengo alguno.

¿Qué hay que hacer para cruzar mi burbujita? La única manera de cruzarla sin romperla y granjearse mi odio eterno a causa de ello es ganarse mi aprecio y confianza. Alguien con quien me sienta tan a gusto que no me importe que pueda pasarse horas mirando lo que hago, sin que me sienta incómoda a causa de ello. Hasta la fecha, realmente nadie ha podido entrar en mi burbujita con mi pleno permiso. Por eso os aseguro que no es nada fácil. Podríais vivir conmigo durante meses e incluso años y no verme escribir jamás. Y no exagero un ápice. Mis antiguos caseros jamás me vieron escribir durante tres meses, aunque lo hacía de forma casi diaria. Y en esta casa igual. Llevo seis meses y podría asegurar fácilmente que ninguna de las cuatro personas que aquí viven me han visto teclear frenéticamente o centrarme tanto en el papel que me olvido del resto de la Existencia.

De hecho, admito que hay veces que he estado tan ocupada y centrada en lo que hacía que me he sorprendido a mí misma comiendo o cenando delante de mi trabajo… Eso sí, procurando ser lo más limpia posible, sobre todo si estoy escribiendo en papel.


Y por eso hay días que si me dejas suelta puedo escribir diez páginas de Word como quien se come una bolsa de papas. Me olvido de todo salvo de lo que escribo. Y es mucho más gratificante de lo que pensáis.

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